Perdiendo la memoria, que es gerundio. Es lo que está ocurriendo con la gran herramienta que supone internet y la tecnología. Os lo resumo con un ejemplo: Te quito tu teléfono y el ordenador. Te doy el mío, cuya agenda no tiene los contactos de amigos y familiares que tienes tu. ¿A quién podrías llamar? Efectivamente, fuera de a ti mismo y a algún servicio de emergencia: A nadie.
Hace 20-30 años, todos teníamos en la memoria unos pocos números de teléfono a los que llamar, y quizá una agenda en papel, fácil de buscar, donde teníamos muchos más números que no memorizábamos. Teníamos una biblioteca con libros de nuestro gusto, e incluso con enciclopedias compradas a algún vendedor puerta a puerta que nos la ofrecía a cómodos plazos. Hoy en día tenemos internet, miles de informaciones, libros, enciclopedias, películas, series, etc. que no consultamos y si lo hacemos, no las recordamos porque si algo es cierto es que estamos perdiendo la memoria.
Contenidos:
PERDIENDO LA MEMORIA | 06×38
Perdiendo la memoria: cómo la tecnología nos desconecta de recordar
Perdiendo la memoria ya no es solo un tema de salud o de envejecimiento. En la era digital, la pérdida de memoria se ha convertido en un fenómeno colectivo, una consecuencia silenciosa del modo en que la tecnología ha transformado nuestras vidas. Ya no se trata únicamente de olvidar dónde pusimos las llaves, sino de algo más profundo: la desconexión con el pasado, la dependencia de dispositivos para recordar, y la paulatina pérdida de habilidades cognitivas esenciales. Estamos perdiendo la memoria.
La externalización de la memoria
Con el auge de los smartphones, las nubes digitales y las agendas inteligentes, hemos delegado gran parte de nuestra capacidad de recordar en dispositivos electrónicos. Nombres, fechas, contraseñas, direcciones e incluso recuerdos visuales se almacenan fuera de nosotros. ¿Quién necesita recordar un número de teléfono cuando está a un clic de distancia? Este proceso, conocido como externalización de la memoria, tiene ventajas evidentes, pero también consecuencias preocupantes, estamos perdiendo la memoria
El precio de la comodidad
Cada avance tecnológico nos ha permitido hacer más con menos esfuerzo mental. Aplicaciones de mapas han reemplazado la necesidad de orientación. Las redes sociales se encargan de recordarnos cumpleaños. Los buscadores han sustituido el ejercicio de la memoria por el hábito de “buscar” en lugar de “recordar”. Todo esto genera una pérdida progresiva de entrenamiento mental. Como cualquier músculo, la memoria necesita uso para mantenerse fuerte. Al dejar de ejercitarla, se atrofia y andamos perdiendo la memoria.
La sociedad y la amnesia digital
Estamos viviendo una era de amnesia digital perdiendo la memoria. Documentamos todo, pero retenemos poco. Las imágenes, vídeos y publicaciones generan la ilusión de que el pasado está siempre disponible, pero esta acumulación de datos fragmentados también puede diluir el significado real de los recuerdos. Recordamos lo que el algoritmo nos muestra, no necesariamente lo que fue significativo. Estamos perdiendo la memoria emocional y colectiva a costa de la memoria técnica y superficial.
Efectos cognitivos y emocionales
Estudios recientes han mostrado cómo la dependencia tecnológica puede disminuir la atención, la retención de información y el pensamiento crítico. Pero más allá del impacto neurológico, existe un aspecto más sutil: la pérdida de identidad personal y social. La memoria es la base de nuestra historia, de lo que somos. Si no recordamos, no aprendemos. Si no aprendemos, repetimos. Y si todo lo delegamos, dejamos de vivir con conciencia. Y progresivamente vamos perdiendo la memoria.
¿Es reversible esta pérdida?
La buena noticia es que sí. Reeducar nuestra relación con la tecnología es posible. Recuperar la memoria implica volver a confiar en nuestras capacidades. Ejercitar la mente, mantener el contacto con la escritura manual, leer en profundidad, desconectar regularmente y practicar la atención plena son estrategias simples pero efectivas para frenar esta deriva.
Conclusión: Perder la memoria en tiempos tecnológicos
Perder la memoria ya no es solo un síntoma individual, sino un espejo de lo que nos está pasando como sociedad. Vivimos rodeados de información, pero faltos de conocimiento verdadero. En un mundo que guarda todo, corremos el riesgo de no guardar nada en nosotros mismos. La tecnología debe ser aliada, no sustituta. Recordar es un acto de resistencia. Resístete a andar perdiendo la memoria.
Temas extraídos del programa de esta semana:
Origen de la Inquisición
El origen de la inquisición es algo que queda un tanto difuso pues cuando nos acercamos a ella nos solemos centrar en sus actos en la edad moderna. Por tanto casi siempre el origen de la Inquisición suele quedar difuso. ¿Por qué y cuándo se forma la Inquisición? En ello nos vamos a centrar hoy.
El origen de la Inquisición: cuándo y por qué surge
La Inquisición es uno de los episodios más complejos y controvertidos de la historia de la Iglesia católica y de Europa. Su origen se remonta a la Alta Edad Media, concretamente al siglo XII, en un contexto de profunda transformación social, política y religiosa. El surgimiento de la Inquisición no fue un acto repentino ni arbitrario, sino el resultado de un proceso histórico en el que convergieron la defensa de la ortodoxia religiosa, el fortalecimiento del poder eclesiástico y el miedo a las desviaciones doctrinales.
Durante los primeros siglos del cristianismo, las herejías eran combatidas mediante la predicación y la persuasión. Sin embargo, a medida que la Iglesia se consolidaba como una institución poderosa y aliada de los reinos europeos, la disidencia religiosa comenzó a percibirse no solo como un peligro teológico, sino también como una amenaza al orden social. El punto de inflexión se produce en el siglo XII con la aparición de movimientos heréticos organizados, como los cátaros en el sur de Francia o los valdenses en la región alpina.
Los cátaros, también conocidos como albigenses, defendían una visión dualista del mundo, en la que el bien y el mal eran fuerzas opuestas irreconciliables. Negaban los sacramentos, la autoridad papal y el valor de la Iglesia como institución. Su creciente influencia en regiones como Languedoc inquietó tanto a Roma como a la nobleza local. En respuesta, el papa Inocencio III promovió la Cruzada Albigense (1209-1229), una campaña militar para erradicar la herejía. Pero aunque la cruzada fue sangrienta, no resultó suficiente para extirpar completamente estas ideas.
Es en este marco donde surge la necesidad de un tribunal permanente que vigile y reprima las desviaciones doctrinales: la Inquisición. Formalmente, se establece en 1231 con la bula Excommunicamus del papa Gregorio IX, que autoriza a los inquisidores —generalmente dominicos— a investigar, interrogar y castigar a los herejes. La creación de la Inquisición pontificia marca así el inicio de un sistema legal especializado dentro de la Iglesia, con procedimientos propios, basado en la delación, el secreto y, en ciertos casos, la tortura como medio para obtener confesiones.
Cabe subrayar que esta Inquisición medieval no era una institución omnipresente ni homogénea. Su actividad se concentró en regiones con alta presencia herética y operó bajo normas jurídicas relativamente precisas para la época. Aun así, su poder era temido, y sus métodos, cuestionados incluso dentro de la propia Iglesia.
Más tarde, ya en el siglo XV, surgirá la Inquisición española, distinta de la medieval y controlada directamente por la monarquía. Esta nueva etapa perseguirá no solo herejes, sino también judeoconversos, moriscos, protestantes y cualquier manifestación que amenazara la unidad religiosa del reino.
En resumen, la Inquisición nace en el siglo XIII como una respuesta institucional a la proliferación de herejías y a la necesidad de reforzar la autoridad eclesiástica en un momento en que la Iglesia se percibía a sí misma como garante del orden espiritual y social. Su legado histórico, lleno de luces y sombras, sigue siendo objeto de debate y reflexión. ¿Defensa de la fe o instrumento de control? La respuesta, como casi todo en la historia, depende del cristal con que se mire.
Batalla cultural en el Tercer Reich
Como todo régimen político, incluso los no totalitarios, se da una publicidad encaminada a la cultura. Es así como nacen muchos de los movimientos culturales que intentan ensalzar las bondades de un Gobierno. Ha ocurrido recientemente con las políticas “woke” y ocurrió en el pasado con las políticas de cultura del Tercer Reich. En esta entrada, se relatan las batallas culturales del citado régimen totalitario, y la traigo a colación, no para describir en si esa batalla cultural, que también, sino como ejemplo de la imposición que desde los diferentes gobiernos, sean de la ideología que sean, nos imponen.
La batalla cultural en el Tercer Reich: El control totalitario de la mente y el espíritu
Durante el régimen del Tercer Reich (1933-1945), el nacionalsocialismo no se limitó a ejercer control sobre la política, la economía o el ejército. Su verdadero campo de batalla más profundo fue el cultural. Adolf Hitler y sus colaboradores comprendieron que para asegurar el dominio absoluto sobre la sociedad alemana no bastaba con reprimir físicamente a los opositores: era necesario moldear el pensamiento, el arte, la educación y la memoria colectiva. Esta “batalla cultural” fue uno de los pilares más insidiosos y eficaces del régimen nazi, cuyos efectos aún se estudian hoy con inquietud.
Desde su ascenso al poder, el Tercer Reich emprendió una cruzada para erradicar lo que denominaban “arte degenerado” (Entartete Kunst), término que englobaba expresiones artísticas modernas, abstractas, dadaístas, expresionistas y, sobre todo, aquellas vinculadas a artistas judíos, comunistas o críticos del régimen. En 1937 se organizó en Múnich una exposición con ese título, diseñada para ridiculizar públicamente a cientos de obras y autores. Paralelamente, se promovió un arte “arianizado”, que exaltaba los valores del cuerpo fuerte, la familia tradicional, la obediencia y la pureza racial. El arte, así, fue reducido a propaganda visual del ideal nazi.
El cine, la literatura y la música también fueron severamente regulados. Joseph Goebbels, ministro de Propaganda, centralizó todos los medios de comunicación y las industrias culturales bajo su dirección. Películas como Triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl glorificaron al Führer con una estética épica, casi religiosa. La literatura disidente fue censurada y miles de libros fueron quemados en actos públicos, como el tristemente célebre episodio de mayo de 1933 en Berlín. La música de compositores judíos como Mendelssohn o Mahler fue prohibida, y se promovió una versión distorsionada del canon musical, donde solo cabían Wagner, Bruckner y otros considerados “auténticamente alemanes”.
La educación también fue instrumentalizada. Se adoctrinó a los jóvenes desde la infancia mediante planes de estudio centrados en el nacionalismo, la obediencia al Führer, la eugenesia y la historia reinterpretada bajo el prisma racial. La Juventud Hitleriana y la Liga de Muchachas Alemanas eran vehículos paralelos al sistema educativo tradicional, donde se formaban futuros soldados y madres del Reich, moldeados física y psicológicamente para servir al ideal nacionalsocialista.
En términos filosóficos, el nazismo intentó reemplazar la razón ilustrada y la tradición humanista por una mitología moderna sustentada en la supremacía racial, el destino histórico del pueblo germano y el culto a la voluntad. Filósofos como Nietzsche fueron tergiversados para apoyar la ideología nazi, a pesar de que sus textos originales no lo avalaban. El régimen se propuso borrar el pensamiento crítico y sustituirlo por un dogma nacionalista, racista y mesiánico.
En conclusión, la batalla cultural del Tercer Reich fue una guerra silenciosa pero devastadora. No solo intentó destruir las voces contrarias al régimen, sino que aspiró a remodelar completamente el alma alemana. La lección histórica es clara: quien controla la cultura, controla la conciencia colectiva. Por ello, el análisis de esta estrategia sigue siendo fundamental para entender cómo los totalitarismos del siglo XX lograron imponer su poder no solo por la fuerza de las armas, sino también por el dominio del espíritu humano.
Altas capacidades
Hace unos años se puso de moda el TDAH. Todo el mundo y sobre todo los niños tenía TDAH. Ahora todo el foco, el nuevo oráculo está en las “altas capacidades” como medio de explicar aquello que no sigue la norma. Si no atiendes en clase, si te aburres con la gente, si te deprimes, si te da pereza contestar un mensaje: Altas Capacidades. ¿Cómo puede ser posible si la media del CI mundial está bajando? Quizá sea una forma de atraer y fidelizar pacientes en las clínicas de psicología, y que calificarte de “especial” sea la nueva manera de captarte para pertenecer a “la secta”. ¡Quién sabe!
Diagnóstico: Altas Capacidades… ¿y ahora qué? ¿Me convierto en superhéroe o en marginado social?
Vivimos en la era de los diagnósticos. Si estornudas tres veces seguidas, probablemente tengas una condición rara avalada por un comité internacional de expertos con batas blancas y nombres impronunciables. Pero hay uno que destaca por su aura de misterio y confusión: el diagnóstico de Altas Capacidades.
¡Oh, qué bonito suena! Altas Capacidades. Es como tener una tarjeta VIP para el cerebro. Te la dan y, de repente, se supone que debes entender a Einstein, componer sinfonías con una cuchara y resolver conflictos geopolíticos antes del recreo. Pero luego llega la vida real, y ahí estás tú, con tu “alta capacidad” intentando no quedarte en blanco al pedir un café sin parecer un sociópata.
El problema es que, desde fuera, las Altas Capacidades parecen un superpoder. “¡Qué suerte tiene tu hijo, es superdotado!” te dicen, como si eso significara que viene con un chip de inteligencia artificial preinstalado y actualizaciones mensuales. Spoiler: no es así. Ser de Altas Capacidades no es tener una varita mágica, es más bien como tener una antena parabólica gigante en la cabeza que capta todo, desde la física cuántica hasta el drama emocional de un mosquito.
Los niños con Altas Capacidades suelen ir por delante del temario… pero también pueden ir por delante del sentido común. Te sueltan frases como “Mamá, ¿el tiempo existe o es una ilusión consensuada por la percepción humana?” mientras tú aún estás procesando si poner arroz o pasta para cenar. Y ni hablar de los profesores: los pobres no saben si celebrar el entusiasmo o llorar en una esquina cuando el alumno cuestiona la lógica detrás del sistema decimal con seis años.
Y en la adultez, la cosa no mejora. Te diagnostican con Altas Capacidades y, de repente, todo cobra sentido. “Ah, por eso me aburro mortalmente en reuniones donde la gente tarda media hora en llegar a una conclusión que yo tuve en los primeros 45 segundos.” Claro, lo malo es que lo sabes, pero no puedes decirlo. Porque entonces eres el “listillo”, el que “se cree especial”, o, peor aún, el que “no encaja”.
Porque, seamos honestos, las Altas Capacidades vienen muchas veces con un “pack emocional deluxe”. Hiperempatía, pensamiento divergente, tendencia a cuestionarlo todo (hasta este artículo), dificultad para soportar la injusticia, y una especie de radar existencial que te hace replantearte tu propósito vital cada martes.
Pero hay que decirlo: tener Altas Capacidades no te hace mejor. Te hace diferente. Como tener los zapatos una talla más grande. Puedes correr más rápido, sí, pero también te tropiezas más si nadie te enseña cómo usarlos.
Así que, si tú, lector o lectora, tienes Altas Capacidades, enhorabuena. Disfrútalas. Pero tampoco te agobies si no estás descubriendo una vacuna nueva antes del desayuno. Está bien si simplemente usas tu brillante mente para entender a las personas, escribir cosas raras, o hacer chistes como este artículo.
Porque, a fin de cuentas, tener Altas Capacidades es como tener WiFi de largo alcance: captas muchas cosas que otros no ven… pero también hay días que te deja sin señal justo cuando más lo necesitas.
¿Y tú? ¿Ya te diagnosticaron o solo sospechas que eres raro con estilo?
El único amigo del demonio – Capítulo 10
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