‘Está cayendo la del pulpo’ se suele usar para referirse a la acción de estar lloviendo con gran virulencia o torrencialmente, aunque también hay quien la utiliza para señalar que a alguien le va a caer una buena bronca e incluso una paliza (‘le va a caer la del pulpo’). En realidad en sus orígenes la expresión “la del pulpo” se refería a la paliza que recibía el animal para hacerlo apto a la ingesta.
Pero no vamos a hablar de gastronomía ni de las mejores formas de preparar tan exquisito plato, sino que hablaremos de las características que tiene este animal y de su sorprendente relación que tiene su constitución para pensar que con sus nueve cerebros sea un animal inteligente.
Contenidos:
LA DEL PULPO | 06×36
La del pulpo: Sorprendente inteligencia de los cefalópodos
Cuando hablamos de animales inteligentes, solemos pensar en delfines, simios o incluso perros. Sin embargo, uno de los seres más enigmáticos y fascinantes del reino animal habita en las profundidades del océano: el pulpo. En este artículo exploraremos La del pulpo, no como expresión coloquial, sino como una metáfora perfecta para referirnos a la increíble inteligencia de los cefalópodos, un grupo que incluye pulpos, calamares y sepias.
La inteligencia que esconde “La del pulpo”
Los cefalópodos han evolucionado de forma radicalmente distinta al resto de animales inteligentes. A diferencia de mamíferos o aves, que poseen sistemas nerviosos centralizados, los pulpos cuentan con una peculiaridad: tienen más de la mitad de sus neuronas distribuidas en sus tentáculos. Es decir, sus brazos “piensan” de manera casi independiente del cerebro central, permitiéndoles realizar tareas complejas, como abrir frascos, camuflarse de forma instantánea o manipular objetos con una destreza digna de un robot avanzado.
Esto ha llevado a muchos científicos a considerar que los cefalópodos poseen una inteligencia distribuida, una mente fragmentada que colabora en tiempo real para resolver problemas. “La del pulpo” cobra aquí un nuevo significado: una mente que no está centralizada, sino que se extiende y se adapta con agilidad extrema.
Aprendizaje, memoria y emociones
Los experimentos realizados en laboratorio han demostrado que los pulpos pueden aprender por observación, recordar soluciones a problemas complejos y modificar su comportamiento con base en experiencias pasadas. Esto implica no solo memoria a corto y largo plazo, sino también cierto grado de conciencia. Algunos estudios incluso sugieren que los pulpos podrían experimentar emociones básicas, como curiosidad, frustración o alegría.
Este comportamiento ha hecho que en varios países, como el Reino Unido, se les reconozca legalmente como seres sintientes, con derechos específicos que prohíben prácticas crueles en investigaciones y procesos industriales. De nuevo, “la del pulpo” nos recuerda que no debemos subestimar a estos invertebrados tan ajenos a nuestra biología pero tan cercanos, quizá, en complejidad cognitiva.
Camuflaje y comunicación: más allá de lo visible
Una de las habilidades más asombrosas de los cefalópodos es su capacidad de camuflaje. Gracias a miles de células especializadas en su piel, llamadas cromatóforos, pueden cambiar de color, textura e incluso simular movimientos de otros animales. Este talento no solo sirve para evitar depredadores, sino también para comunicarse entre ellos de forma visual, rápida y efectiva.
La versatilidad del pulpo no termina ahí. También pueden caminar sobre el fondo marino, arrojar chorros de tinta para distraer a sus enemigos, e incluso escapar de acuarios cerrados. Todo esto lo convierte en un ejemplo vivo de inteligencia adaptativa y estratégica.
Conclusión: la lección de “La del pulpo”
En definitiva, hablar de “La del pulpo” es hablar de una mente distinta, brillante y misteriosa. Estos animales, tan antiguos como extraordinarios, nos obligan a repensar nuestras definiciones de inteligencia y conciencia. Quizá sea el momento de mirar hacia el fondo del mar para encontrar respuestas a preguntas que aún no sabemos formular.
La del pulpo, lejos de ser solo una frase hecha, es también una invitación a descubrir un mundo lleno de secretos tentaculares e inteligencia profunda. ¿Estamos preparados para comprenderlo?
Temas extraídos del episodio de esta semana:
Obsesión y ciencia
La obsesión en si misma puede ser buena o mala. Muchos avances de la ciencia no hubieran sido posible si los investigadores no se hubieran obsesionado con un tema en concreto para encontrar la solución. ¿Es la obsesión algo bueno? Pues depende del enfoque que se le de, así que vamos a desarrollar lo que significa y de dónde nace una obsesión para ver los resultados.
La obsesión y la ciencia: motores de descubrimiento y condena
A lo largo de la historia, la ciencia ha sido impulsada por individuos cuya obsesión con la verdad, el conocimiento o la resolución de enigmas ha traspasado los límites de la razón común. Esta fuerza invisible, que algunos considerarían virtud y otros condenarían como defecto, ha sido el motor silencioso detrás de algunos de los avances más significativos de la humanidad. Pero, como toda energía poderosa, la obsesión puede también arrastrar al investigador hacia abismos personales y éticos de consecuencias imprevisibles.
La obsesión científica se manifiesta en la dedicación absoluta, en la incapacidad de abandonar una idea o un problema hasta desentrañarlo por completo. Ejemplos históricos abundan: Isaac Newton, cuya fijación con la gravedad y el cálculo lo aisló socialmente; Marie Curie, quien, en su incansable búsqueda de elementos radiactivos, acabó sacrificando su propia salud; Nikola Tesla, cuyo genio visionario fue inseparable de sus manías y sus interminables noches de insomnio. No cabe duda de que sin su obsesión, sus contribuciones a la ciencia hubieran sido imposibles.
Sin embargo, esta virtud en apariencia noble guarda un lado oscuro. La obsesión puede cegar. Cuando el investigador se enamora demasiado de su hipótesis, corre el riesgo de seleccionar inconscientemente los datos que la sostienen y de ignorar aquellos que la refutan. Este fenómeno, conocido como “sesgo de confirmación”, puede transformar la ciencia en pseudociencia sin que el obsesionado sea consciente de ello. La historia reciente nos ofrece ejemplos de investigadores que, impulsados por una idea fija, han forzado resultados, han obviado errores metodológicos o incluso han falsificado datos en su desesperado deseo de tener razón.
Además, la obsesión puede desdibujar los límites éticos. En nombre del progreso, se han justificado experimentos inhumanos, desde las prácticas médicas en campos de concentración hasta los ensayos clínicos sin consentimiento en poblaciones vulnerables. El obsesionado, convencido de la nobleza de su fin, puede llegar a considerar irrelevantes los medios empleados para alcanzarlo.
No obstante, sería injusto condenar la obsesión de manera absoluta. De alguna manera, la ciencia necesita de esa energía intensa y dirigida. La mera curiosidad o el interés superficial no bastan para sostener los largos años de estudio, fracaso y frustración que implica cualquier investigación seria. El verdadero avance científico requiere una mente que no pueda desistir, que vea en cada obstáculo una invitación al esfuerzo renovado.
La clave, entonces, radica en el equilibrio. La ciencia más robusta nace de una obsesión vigilada, de una pasión sujeta a la crítica, al método riguroso y a la supervisión de una comunidad científica plural. El investigador debe ser capaz de entregarse a su búsqueda, pero también de detenerse y cuestionarse, de poner en duda incluso sus convicciones más queridas.
En última instancia, la obsesión en la ciencia es un recordatorio de nuestra doble naturaleza: capaces de alcanzar las cumbres más altas del conocimiento, pero también de caer en los abismos de la arrogancia. Como Ícaro, volamos gracias a nuestras alas de ingenio, pero el calor de la obsesión puede derretir la cera de la prudencia, precipitando nuestra caída.
Predecir el futuro
Predecir el futuro es algo que siempre nos ha atraído. Adivinos, agoreros, profetas, todos ellos crediticios o no si lo que vaticinaron se cumplió o no. Pero no vamos a centrarnos en lo mundano sino en el noble arte de la literatura, en analizar aquellos autores que predecían el futuro y de cómo esta capacidad hoy en día no existe.
La literatura como oráculo: cuando la ficción anticipa el porvenir
A lo largo de la historia, la literatura ha demostrado ser más que un simple vehículo de entretenimiento o reflexión estética. En muchos casos, ha funcionado como una ventana hacia futuros posibles, anticipando cambios sociales, avances tecnológicos y dilemas éticos mucho antes de que se materializaran. ¿Es la literatura un mero juego de imaginación o un instrumento capaz de predecir el futuro?
Desde las distopías de George Orwell en 1984 hasta las visiones tecnológicas de Jules Verne en De la Tierra a la Luna, existen numerosos ejemplos de escritores que, al explorar los límites de su tiempo, lograron bosquejar escenarios que luego se convirtieron en realidad. La literatura, impulsada por la sensibilidad del autor y su capacidad de captar los signos latentes de su época, parece tener un extraño poder premonitorio.
Parte de esta capacidad proviene de la naturaleza misma del escritor, quien, a través de la observación aguda y la imaginación crítica, detecta tendencias invisibles para la mayoría. Los grandes autores son, en cierto modo, traductores del inconsciente colectivo, capaces de materializar en palabras las tensiones, aspiraciones y temores que más tarde definirán eras enteras. Así, la literatura se convierte en un espejo adelantado de la sociedad.
El caso de Aldous Huxley y su novela Un mundo feliz es paradigmático. Escrito en 1932, el libro dibuja una civilización obsesionada con el placer inmediato, el control biotecnológico de la vida y la supresión de la individualidad a favor de la estabilidad social. Si observamos nuestra realidad contemporánea —marcada por la ingeniería genética, el consumismo exacerbado y la manipulación mediática—, la obra de Huxley adquiere un matiz profético inquietante.
Sin embargo, no se trata simplemente de acertar en detalles concretos. La literatura, más que predecir el futuro como una bola de cristal, revela las estructuras profundas que, de no ser cuestionadas, evolucionarán de maneras predecibles. En este sentido, su poder radica en señalar posibilidades y advertir sobre sus consecuencias.
También es cierto que muchas de las predicciones literarias funcionan como advertencias. Las utopías y distopías literarias, por ejemplo, no son intentos de vaticinar un destino inevitable, sino ejercicios de imaginación crítica que buscan movilizar la conciencia de sus lectores. Al ofrecer futuros posibles —algunos aterradores, otros esperanzadores—, la literatura influye en la manera en que las sociedades se piensan a sí mismas y, en consecuencia, en cómo deciden actuar.
En un mundo donde la tecnología y la cultura evolucionan a un ritmo vertiginoso, la literatura sigue siendo un espacio privilegiado para ensayar futuros. No tanto porque pueda adivinarlos con precisión matemática, sino porque cultiva la capacidad de imaginar alternativas, de advertir riesgos y de inspirar cambios.
Así, lejos de ser un simple eco del presente, la literatura se erige como una fuerza que moldea el mañana. Al leer, no solo viajamos a otros mundos: vislumbramos los contornos de lo que aún no existe.
Cónclave
Estamos en vísperas de la celebración del Cónclave para elegir un nuevo Papa, aunque para ti esto dependerá de cuando oigas este apartado. Desde la muerte de un Papa, siempre, y lo estamos viendo ahora también, se especula sobre quién será el próximo. En realidad cualquier persona católica podría ser elegido para tal cargo, pero hace mucho tiempo que el candidato sale de los Cardenales reunidos en el Cónclave, sin más.
Tensiones, política, influencia, todo ello se ve reflejado en muchas películas y libros que hemos podido ver y leer. Pero hoy me centraré en “Cónclave” de 2024, basada en la novela homónima de Robert Harris. La analizaremos y veremos cuanto hay de real en ella y cuanto de ficción.
Cónclave (2024): Un thriller vaticano que desafía la tradición
La película Cónclave, dirigida por Edward Berger y estrenada en 2024, se ha consolidado como una de las producciones cinematográficas más destacadas del año. Basada en la novela homónima de Robert Harris, la cinta ofrece una inmersión en el hermético proceso de elección papal, combinando intriga política, dilemas morales y una crítica velada a las tensiones internas de la Iglesia Católica.
La trama se desarrolla tras la repentina muerte del Papa, lo que obliga al Colegio Cardenalicio a reunirse en el Vaticano para elegir a su sucesor. El cardenal Thomas Lawrence (interpretado magistralmente por Ralph Fiennes) es designado como responsable de liderar este proceso. A medida que avanzan las votaciones, emergen secretos y conspiraciones que amenazan con desestabilizar la institución eclesiástica.
Uno de los aspectos más destacados de la película es la complejidad de sus personajes. Fiennes ofrece una interpretación profunda de un hombre dividido entre su fe y las realidades políticas que enfrenta. El elenco, que incluye a Stanley Tucci, John Lithgow, Isabella Rossellini y Lucian Msamati, aporta una riqueza interpretativa que eleva la narrativa.
Visualmente, Cónclave es impresionante. La cinematografía de Stéphane Fontaine captura la majestuosidad y el misterio del Vaticano, mientras que la banda sonora de Volker Bertelmann añade una capa adicional de tensión y emoción. La dirección de Berger logra equilibrar el respeto por la tradición con una narrativa dinámica y contemporánea.
La película ha sido reconocida por su precisión en la representación de los rituales del cónclave, aunque introduce elementos ficticios para intensificar el drama. Críticos y expertos han elogiado su capacidad para reflejar las complejidades del proceso de elección papal y las luchas internas de la Iglesia.
Desde su estreno, Cónclave ha recibido múltiples galardones, incluyendo el premio a Mejor Película en los BAFTA 2025 y ocho nominaciones al Óscar, destacando en categorías como Mejor Película, Mejor Actor para Fiennes y Mejor Guion Adaptado. La película ha sido aclamada tanto por la crítica como por el público, consolidándose como una obra que invita a la reflexión sobre la fe, el poder y la humanidad.
En resumen, Cónclave es una obra cinematográfica que combina una narrativa envolvente con actuaciones destacadas y una producción impecable. Es una exploración profunda de los entresijos del poder eclesiástico y una reflexión sobre los desafíos que enfrenta la Iglesia en el siglo XXI.
El único amigo del demonio – Capítulo 8
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