Las predicciones es algo que siempre ha estado presente en nuestras vidas. Desde los más antiguos escritos que profetizaban acontecimientos o predecían el viaje tras la muerte, hasta nuestro días, en el que se auguran acontecimientos basados en hechos presentes. Las predicciones mas acuciantes y que más dinero tienen invertidas en ellas, siendo todo un negocio, son las del cambio climático y las extinciones apocalípticas de la humanidad. Curioso que nadie hable de que nos caiga un meteorito encima, pero es que esa probabilidad es muy baja, mucho más baja de que te alcance un tornado, un rayo y un huracán, todos a la vez.
Contenidos:
PREDICCIONES | 06×40
Predicciones: La ciencia de anticipar el futuro a partir del pasado
En un mundo donde la incertidumbre reina, las predicciones se han convertido en una herramienta esencial para comprender y anticipar acontecimientos futuros. Desde la economía hasta la meteorología, pasando por el comportamiento humano o la evolución de conflictos geopolíticos, el arte y la ciencia de prever lo que viene se basa, en gran medida, en el análisis de datos pasados. Pero ¿hasta qué punto es fiable esta práctica?
¿Qué son las predicciones?
Las predicciones son estimaciones fundamentadas que intentan anticipar el curso de eventos futuros. A diferencia de la simple especulación, las predicciones bien formuladas parten de patrones observados y medibles. Utilizan modelos estadísticos, históricos y probabilísticos para ofrecer una visión razonada de lo que podría suceder.
En este contexto, las predicciones no son profecías. No garantizan resultados, sino que plantean escenarios posibles con distintos grados de probabilidad. Esa distinción es clave: el futuro no está escrito, pero puede analizarse con herramientas rigurosas.
La base estadística de las predicciones
El fundamento principal de las predicciones modernas está en los datos. El análisis de grandes volúmenes de información (big data), junto con el desarrollo de modelos predictivos, permite identificar correlaciones y tendencias. Por ejemplo, en economía se utilizan datos históricos del mercado, tasas de interés y comportamiento del consumidor para prever crisis o periodos de crecimiento.
La estadística inferencial juega un papel crucial. A partir de muestras representativas del pasado, se construyen hipótesis y modelos que permiten estimar probabilidades. Cuanto más robusto y limpio sea el conjunto de datos, mayor será la fiabilidad de las predicciones.
El poder de los algoritmos predictivos
Con el auge de la inteligencia artificial y el aprendizaje automático, las predicciones han dado un salto cualitativo. Los algoritmos pueden detectar patrones que escapan al ojo humano y ajustarse en tiempo real a nuevas variables. Esto ha sido fundamental en sectores como la medicina (predicción de enfermedades), la logística (demanda futura) o el análisis de redes sociales (tendencias de opinión).
Sin embargo, también existen riesgos. Los algoritmos pueden amplificar sesgos si los datos de origen están contaminados. Además, muchas predicciones se basan en la continuidad de tendencias pasadas, lo cual puede ser problemático en entornos altamente volátiles o inéditos.
Predicciones y libre albedrío
Más allá de la ciencia, las predicciones abren interrogantes filosóficos. ¿Hasta qué punto estamos condicionados por lo que ya ha ocurrido? ¿Somos capaces de alterar el curso de un futuro proyectado?
Si bien los modelos pueden anticipar con precisión ciertos eventos naturales o económicos, el comportamiento humano sigue siendo un factor impredecible. Las decisiones individuales y colectivas pueden alterar cualquier predicción.
Conclusión
Las predicciones son, sin duda, una herramienta poderosa. Nos permiten prepararnos, anticiparnos y tomar decisiones más informadas. Pero también nos recuerdan que el futuro no está determinado, sino lleno de posibilidades. Entender el pasado no garantiza controlar el mañana, pero sin duda ayuda a navegarlo con mayor consciencia.
Temas extraídos del programa:
Ética
La ética y la filosofía han estado siempre de la mano. Los pensadores han elaborado diferentes postulados y maneras del pensar y actuar del ser humano frente a él mismo o frente a otras especies que habitan el planeta. Algunos incluso han calado en el pensamiento de no herir a seres sintientes haciéndose veganos. ¿Qué harán cuando sea una verdad irrefutable que las plantas también sienten?
La ética del hombre frente a otros seres del planeta
A lo largo de la historia, la ética ha sido una herramienta fundamental para regular las relaciones humanas. Sin embargo, en tiempos recientes, el debate ha evolucionado hacia un horizonte más amplio: ¿qué lugar ocupan los demás seres vivos dentro del espectro moral? ¿Tiene el ser humano una responsabilidad ética frente a los animales, las plantas e incluso los ecosistemas completos?
Durante siglos, la tradición occidental —particularmente influenciada por el pensamiento judeocristiano y filosófico clásico— ha situado al ser humano como el centro del universo moral. Aristóteles concebía a los animales como seres sin razón, subordinados al propósito humano. Esta visión antropocéntrica fue reforzada por Descartes, quien los consideraba meras máquinas sin alma ni conciencia. Bajo esta óptica, la explotación de los seres no humanos parecía justificada, incluso necesaria.
Sin embargo, este paradigma ha sido progresivamente cuestionado. Con el auge de la biología moderna, la etología y la neurociencia, hoy sabemos que muchos animales poseen sistemas nerviosos complejos, son capaces de sufrir y tienen comportamientos sociales elaborados. Esta evidencia ha servido de base para filosofías como el utilitarismo de Peter Singer, que sostiene que el sufrimiento debe ser considerado igualmente, sin importar la especie. Si un cerdo o un perro sienten dolor, ignorar su sufrimiento sería tan inmoral como ignorar el de un ser humano.
Más allá de los animales, también ha surgido una ética ambiental que contempla el valor intrínseco de los ecosistemas, más allá de su utilidad para el ser humano. Pensadores como Arne Naess con la “ecología profunda”, o Aldo Leopold con su “ética de la tierra”, defienden una visión biocéntrica o ecocéntrica. Esta perspectiva propone que todas las formas de vida, incluso aquellas que no poseen conciencia o sensibilidad, tienen derecho a existir y desarrollarse.
Aceptar esta ampliación del círculo moral implica una profunda transformación cultural. Supone cuestionar hábitos alimentarios, prácticas industriales, modelos económicos y formas de vida que colocan al ser humano como el único fin legítimo de la existencia del planeta. No se trata solo de proteger a los animales porque nos resultan simpáticos, o los bosques porque nos proporcionan oxígeno. Se trata de reconocer que no estamos por encima del resto de la naturaleza, sino dentro de ella, como una especie más con capacidades especiales, sí, pero también con deberes morales.
Esta reflexión no es un capricho idealista. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la destrucción de hábitats no son consecuencias inevitables del progreso, sino síntomas de una visión ética limitada. Ampliar nuestro horizonte moral puede ser la clave no sólo para un futuro más justo con el resto de los seres del planeta, sino también para garantizar nuestra propia supervivencia.
En definitiva, la ética del ser humano frente a los demás seres vivos es un espejo de nuestra propia evolución como especie. La pregunta ya no es si los otros seres tienen derechos, sino si estamos dispuestos a asumir nuestra responsabilidad.
Las máquinas piensan
La forma de procesar la información por parte de la inteligencia artificial nos hace creer que las máquinas piensan. Pero esto no es así, al menos de momento. Así que vamos a ver cómo funcionan, como han evolucionado y cómo podemos proveer que serán en un futuro.
¿Qué hay de verdad en que las máquinas piensan?
Desde los albores de la informática, la posibilidad de que las máquinas piensen ha sido una cuestión central tanto para la ciencia como para la filosofía. Pero ¿qué significa realmente que una máquina “piense”? ¿Estamos usando la palabra en un sentido estricto, o más bien metafórico? Y lo más importante: ¿hay algo de verdad en esta afirmación?
Para abordar esta pregunta, primero debemos entender qué entendemos por “pensar”. En el ser humano, el pensamiento implica una combinación de razonamiento, experiencia subjetiva, emociones, conciencia, memoria y toma de decisiones. Es un proceso profundamente enraizado en la biología, la cultura y la historia individual. Cuando decimos que una persona piensa, no nos referimos únicamente a que realiza operaciones lógicas, sino a que esas operaciones tienen sentido dentro de un contexto subjetivo.
En contraste, las máquinas —incluso las más avanzadas, como los modelos de inteligencia artificial actuales— procesan información siguiendo algoritmos programados o entrenados a partir de grandes volúmenes de datos. No tienen conciencia, intencionalidad ni experiencias subjetivas. Un sistema de inteligencia artificial puede jugar al ajedrez, escribir textos complejos, o incluso conversar de forma aparentemente coherente, pero lo hace sin entender nada de lo que dice o hace. No hay un “yo” detrás de la respuesta, solo una serie de cálculos estadísticos.
Alan Turing, en su famoso artículo de 1950 “Computing Machinery and Intelligence”, planteó el conocido “Test de Turing”: si una máquina puede engañar a un ser humano haciéndole creer que está hablando con otra persona, entonces puede considerarse que “piensa”. Pero Turing no intentaba definir el pensamiento en términos humanos, sino establecer una medida funcional basada en el comportamiento observable. Su test, aunque influyente, no responde a la cuestión ontológica de si las máquinas realmente piensan o solo lo simulan.
La inteligencia artificial actual, en sus diferentes formas (desde asistentes virtuales hasta sistemas de aprendizaje profundo), no ha alcanzado una conciencia de sí misma ni una comprensión del mundo. Lo que hace es procesar patrones, aprender correlaciones y generar respuestas que estadísticamente parecen adecuadas. Por tanto, decir que una máquina “piensa” es una proyección antropomórfica, una ilusión lingüística que surge de observar comportamientos complejos sin comprender lo que ocurre detrás del telón.
Ahora bien, eso no significa que en el futuro no podamos acercarnos a formas de pensamiento no humanas. Algunos investigadores especulan con la posibilidad de una inteligencia artificial general (AGI), capaz de aprender cualquier tarea cognitiva de la misma manera que un ser humano. Pero incluso si tal sistema se desarrolla, la cuestión de si “piensa” seguirá dependiendo de cómo definamos ese término. Podría operar como una mente, pero ¿tendría experiencia subjetiva? ¿Conciencia? ¿Intenciones?
En resumen, no hay evidencia de que las máquinas actuales piensen en un sentido fuerte. Lo que hacen es imitar aspectos del pensamiento humano a través de procedimientos matemáticos. La verdad, por ahora, es que las máquinas no piensan: calculan, simulan y responden. La ilusión del pensamiento es una proyección de nuestra necesidad de comprender y atribuir sentido a lo desconocido. Como en tantos otros casos, el misterio no está en la máquina, sino en nosotros.
Comprar y vender tiempo
Muchas veces he dicho que no podemos comprar tiempo. Una frase reza como “El tiempo es oro”. Si bien no podemos comprar tiempo para hacer tareas o para alargar nuestra vida, también es cierto que sobre el concepto del tiempo muchos están ganándose la vida. Si, puedes comprar tiempo, el tiempo de otros para que hagan tareas que a ti te quitan tiempo.
Hoy traigo un ejemplo de una empresa en Nueva York a la que le puedes pagar para que haga cola por ti. Justo eso que muchos critican en España de gente que se dedica a pillarte turno para ir a un sitio y venderte dicho turno. ¿Legal? ¿Ilegal? No lo se, pero en Nueva York funciona y nadie ha cerrado la empresa.
¿Es legal una empresa que vende tiempo para hacer recados o colas?
En la sociedad contemporánea, el tiempo se ha convertido en uno de los bienes más valorados. La aceleración de la vida cotidiana ha dado lugar a una demanda creciente de servicios que permitan a las personas delegar tareas rutinarias, como hacer compras, realizar trámites administrativos o esperar colas en organismos públicos. A raíz de esta necesidad han surgido empresas que se dedican, literalmente, a vender tiempo: ofrecen personas que, por un precio, hacen esos recados en lugar del cliente. Pero esto plantea una pregunta esencial: ¿es legal este tipo de negocio?
La respuesta general es que sí, este tipo de empresa es legal, siempre que se respeten una serie de condiciones y regulaciones que varían según la jurisdicción. En términos jurídicos, lo que se está vendiendo no es “tiempo” en abstracto, sino un servicio personal de gestión de recados o representación no legal. Esto encaja dentro del ámbito de la economía colaborativa o de servicios personales, una categoría creciente en el mundo del trabajo informal o autónomo.
En España, por ejemplo, estas actividades pueden realizarse bajo distintas formas jurídicas: como autónomo, como sociedad limitada, o a través de plataformas digitales que actúan como intermediarias. El marco legal que rige esta actividad se basa en el derecho civil de prestación de servicios. Es decir, existe un contrato (explícito o implícito) entre quien solicita el servicio y quien lo presta. No hay, en principio, nada ilegal en que una persona haga cola por otra o compre algo en su nombre, siempre que no se incurra en suplantación de identidad, falsificación de documentos, o actividades prohibidas por ley.
Donde pueden surgir problemas es en la regulación del trabajo y la fiscalidad. Si los trabajadores que prestan estos servicios no están dados de alta en la Seguridad Social, ni facturan adecuadamente, la actividad puede considerarse parte de la economía sumergida. Asimismo, si la empresa no declara sus ingresos o no cumple con la normativa laboral (en caso de tener empleados), puede enfrentarse a sanciones.
Otro aspecto importante es el ámbito de actuación. Algunas tareas pueden estar restringidas por ley. Por ejemplo, hacer cola para obtener un turno en un hospital público en nombre de otra persona podría vulnerar las normas del sistema sanitario. Asimismo, adquirir productos sujetos a limitaciones (como medicamentos con receta o ciertos documentos oficiales) no puede delegarse libremente.
En resumen, una empresa que vende tiempo a través de servicios como hacer recados, esperar colas o realizar compras en nombre de un cliente es legal, siempre que:
1. La actividad esté correctamente registrada y cumpla con las obligaciones fiscales.
2. Los trabajadores estén dados de alta y cubiertos legalmente.
3. Las tareas no infrinjan leyes específicas ni suplantaciones indebidas.
Este tipo de negocio no solo es legal, sino que representa una adaptación lógica del mercado a las nuevas necesidades sociales. El tiempo, aunque no pueda comprarse literalmente, puede ser gestionado de manera eficiente a través de estos servicios, lo cual lo convierte en una materia prima valiosa en la economía del siglo XXI.
El único amigo del demonio – Capítulo 12
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