
María Magdalena es una enigmática figura citada en los Evangelios Canónicos y Apócrifos, con un enfoque diferente según el escrito que se tenga entre las manos. Hay quien dice que en los canónicos la figura de María Magdalena fue denostada, y puede que así sea. En cualquier caso, realizaremos un recorrido por el arte y las diferentes representaciones de María Magdalena para darnos cuenta que los autores algo intuían. No es nada aburrido, te aseguro que viendo los cuadros que cito, te sorprenderá.
Contenidos:
MARÍA MAGDALENA | 07×06
María Magdalena en el Arte: entre la pecadora y la santa
La figura de María Magdalena ha ejercido una fascinación constante a lo largo de la historia del arte occidental. Su presencia en la tradición cristiana, cargada de ambigüedades y reinterpretaciones, la ha convertido en un personaje central para pintores, escultores y escritores. A medio camino entre la redención y la sensualidad, entre la penitencia y la devoción, Magdalena representa tanto la fragilidad humana como la posibilidad del perdón divino.
Desde los primeros siglos del cristianismo, su identidad fue objeto de confusión. La tradición la vinculó con la mujer pecadora que unge los pies de Jesús, con la hermana de Marta y Lázaro, y con la discípula que fue testigo de la resurrección. Esta mezcla de relatos creó un arquetipo poderoso: la pecadora arrepentida transformada en fiel seguidora, capaz de convertirse en testigo privilegiada del misterio pascual. El arte, siempre atento a la carga simbólica de los personajes, supo aprovechar esta dualidad para dotar sus representaciones de gran dramatismo y riqueza espiritual.
En la Edad Media, las imágenes de María Magdalena se centraban en su faceta penitente. Se la representaba en cuevas o desiertos, vestida con harapos o cubierta únicamente por su largo cabello, en un gesto que unía la sensualidad con el arrepentimiento. Este motivo iconográfico, inspirado en la tradición de la Magdalena eremita difundida por la Legenda Aurea, buscaba transmitir la idea de conversión radical, ejemplificando la renuncia a los placeres mundanos. Esculturas románicas y góticas la mostraban en portadas de iglesias como símbolo de la redención al alcance de todos.
Con el Renacimiento, la figura de Magdalena adquirió una nueva dimensión estética. Pintores como Tiziano, Leonardo da Vinci o Correggio la representaron con un fuerte acento humano, intensificando tanto su belleza femenina como su expresión de dolor y arrepentimiento. En estas obras, la Magdalena penitente aparece sosteniendo el crucifijo, la calavera o el frasco de ungüentos, elementos que la identifican. El equilibrio entre sensualidad y espiritualidad se vuelve evidente: su cuerpo hermoso y descubierto, símbolo de lo terreno, se contrasta con su mirada absorta en lo divino.
Durante el Barroco, la intensidad emocional se apoderó de las imágenes de María Magdalena. Artistas como Caravaggio exploraron la tensión entre luz y sombra para resaltar la contradicción interna del personaje. Su famosa Magdalena penitente muestra a una mujer joven y bellísima, arrodillada en un gesto humilde, pero rodeada de objetos mundanos que recuerdan su vida pasada. La pintura barroca, con su dramatismo, convirtió a Magdalena en un símbolo de pasión, sufrimiento y esperanza.
En épocas más modernas, el interés por María Magdalena se vinculó a su papel como mujer cercana a Jesús. Artistas del siglo XIX y XX, influenciados por nuevas corrientes teológicas y literarias, la representaron como figura independiente, incluso como la primera apóstol, reivindicando su lugar en la historia de la Iglesia. Este enfoque, menos centrado en la penitencia y más en su liderazgo espiritual, refleja también los debates contemporáneos sobre el papel de la mujer en la religión.
En conclusión, la representación artística de María Magdalena ha recorrido un camino lleno de matices, desde la pecadora arrepentida hasta la discípula redimida y visionaria. Su figura, cargada de simbolismo, ha permitido a los artistas explorar los límites entre cuerpo y espíritu, deseo y fe, culpa y salvación. Magdalena, eterna en su ambigüedad, continúa siendo un espejo en el que el arte refleja la compleja condición humana.
Temas extraídos del programa de esta semana:
Régimen señorial
Enlazando un tanto con el tema de la semana pasada sobre las Monarquías ficticias vamos ahora a pisar suelo y referirnos al momento histórico del que provienen las Monarquías y su régimen señorial. Qué había al principio y cómo se relacionaban los que mandan en un territorio y que tras alianzas conformaron el régimen señorial de la época y que en muchos casos permanece en la actualidad aunque algo más en la sombra.
La historia del régimen señorial: poder, tierra y dependencia
El régimen señorial constituye una de las instituciones más características de la Europa medieval y moderna. Su desarrollo se vincula estrechamente al feudalismo, aunque conviene distinguir ambos conceptos: mientras el feudalismo se centraba en las relaciones entre nobles a través del vasallaje, el régimen señorial hacía referencia al dominio ejercido por un señor sobre un territorio y sobre la población que lo habitaba. Dicho sistema, con raíces en la crisis del Imperio romano, se mantuvo en algunas regiones europeas hasta bien entrado el siglo XIX.
Orígenes y consolidación
El origen del régimen señorial puede rastrearse en los últimos siglos del Imperio romano. La descomposición del poder central, la inseguridad y la ruralización de la economía favorecieron que muchos campesinos libres se acogieran a la protección de grandes terratenientes, entregando parte de sus tierras a cambio de seguridad. Esta tendencia se intensificó durante las invasiones germánicas, generando una estructura social basada en vínculos de dependencia personal y económica.
A partir del siglo IX, con la expansión del feudalismo, el régimen señorial se consolidó en Europa occidental. Cada señorío era una unidad casi autosuficiente, que combinaba la tierra de dominio directo del señor (la reserva señorial) con las parcelas trabajadas por los campesinos dependientes, que podían ser siervos o colonos libres. El señor ejercía no solo autoridad económica, sino también jurídica y militar, convirtiéndose en un poder intermedio entre el campesinado y la monarquía.
Elementos del señorío
El señorío presentaba dos dimensiones principales:
1. La jurisdicción señorial: el señor administraba justicia en su territorio, cobraba impuestos y controlaba aspectos de la vida cotidiana. Esto limitaba la intervención de los reyes, fragmentando la autoridad política.
2. La explotación económica: los campesinos estaban obligados a entregar rentas en especie, dinero o trabajo. Las corveas —jornadas de trabajo gratuito en la reserva del señor— fueron una de las obligaciones más habituales.
Este modelo generaba una relación de dependencia, pero también de reciprocidad: el señor debía proteger a sus vasallos, garantizar la paz y defender el territorio.
Transformaciones en la Edad Moderna
Durante la Baja Edad Media y la Edad Moderna, el régimen señorial experimentó cambios significativos. El crecimiento urbano y el comercio redujeron el aislamiento de los señoríos, mientras que la monetización de la economía transformó las rentas en tributos dinerarios. Aun así, en países como España, Francia o Alemania, el señorío siguió siendo un pilar de organización social.
En la Península Ibérica, por ejemplo, la expansión cristiana hacia el sur dio lugar a la creación de señoríos jurisdiccionales, concedidos por la monarquía a nobles, órdenes militares o instituciones eclesiásticas. Estos señoríos llegaron a controlar amplias extensiones de tierra y poblaciones enteras, constituyendo auténticos poderes locales dentro de la monarquía hispánica.
Declive y abolición
El declive del régimen señorial comenzó con las crisis políticas y económicas del siglo XVIII. Las ideas ilustradas, que defendían la igualdad jurídica, chocaban con los privilegios señoriales. La Revolución francesa de 1789 marcó un punto de inflexión al abolir los derechos feudales en Francia, inspirando movimientos similares en otros países europeos.
En España, las Cortes de Cádiz decretaron la abolición de los señoríos en 1811, aunque su supresión efectiva fue lenta y compleja. Durante el siglo XIX, las reformas liberales eliminaron progresivamente los privilegios jurisdiccionales y las cargas campesinas, transformando la propiedad señorial en propiedad privada.
Conclusión
El régimen señorial, nacido de la fragmentación del poder y de la necesidad de protección en una época de inestabilidad, dominó la vida rural europea durante siglos. Su legado fue ambivalente: por un lado, garantizó cierto orden en tiempos convulsos; por otro, mantuvo a millones de campesinos en condiciones de dependencia y desigualdad. Su abolición significó un paso fundamental hacia la modernidad política y económica, abriendo el camino a las sociedades contemporáneas.
La nueva alienación
Lo de vivir alienados es algo que de entrada nos repele. Nadie, en principio, quiere seguir al ganado y ser oveja o borrego conducido, pero… ¿Es evitable? Vamos a analizar la forma en que suelen bombardearnos para alienarnos, para conducirnos y convencernos de lo que debemos hacer y de lo que no.
La nueva alienación
Durante siglos se habló de la alienación como esa sensación de estar separado de uno mismo, de la propia esencia. En la época de las fábricas y las grandes industrias, la alienación se entendía como el despojo del trabajador: trabajaba muchas horas, producía bienes que no disfrutaba y, en el proceso, se alejaba de su creatividad y de su libertad. Esa fue la “alienación clásica”.
Hoy, sin embargo, la alienación ha cambiado de forma. Ya no está tanto en la cadena de montaje, sino en la pantalla del móvil, en la computadora y en el bombardeo de información constante. Por eso hablamos de la nueva alienación.
Esta versión moderna no siempre se nota a simple vista, porque no llega impuesta por un jefe que ordena, sino que se infiltra en la vida cotidiana disfrazada de entretenimiento, conexión y comodidad. El ejemplo más claro son las redes sociales: nos ofrecen compañía, noticias y hasta un escenario para mostrar quiénes somos. Pero, al mismo tiempo, nos convierten en producto: cada “me gusta”, cada comentario o cada segundo que pasamos mirando la pantalla alimenta a un sistema que vive de nuestra atención.
El problema es que, poco a poco, esa atención ya no es del todo nuestra. El tiempo libre, que antes servía para descansar, leer o simplemente pensar, se convierte en horas de desplazarse por un sinfín de publicaciones diseñadas para que nunca queramos parar. Y lo curioso es que, aunque nos sintamos “conectados”, la sensación de soledad se intensifica. Porque las relaciones, mediadas por pantallas, suelen quedarse en la superficie.
Otra cara de esta nueva alienación es la pérdida de autenticidad. Para ser vistos y aprobados, muchas veces mostramos una versión editada de nuestra vida: más feliz, más exitosa, más perfecta de lo que realmente es. Así, terminamos viviendo entre dos realidades: la que habitamos de verdad y la que proyectamos hacia fuera. Y esa distancia desgasta.
Por supuesto, la alienación no se limita a lo social. También afecta al cuerpo. Pasamos horas sentados frente a pantallas, descuidando el movimiento, la naturaleza y el contacto físico con otras personas. La promesa de inmediatez y eficiencia se paga con estrés, ansiedad y una desconexión creciente con lo que somos de manera más elemental.
Ahora bien, esto no significa que la tecnología sea “el enemigo”. El problema no está en el progreso en sí, sino en el uso acrítico que hacemos de él. Por eso, más que renunciar, la clave está en poner límites conscientes: reservar tiempo sin pantallas, priorizar encuentros cara a cara, desconectar notificaciones y, sobre todo, recuperar la capacidad de decidir qué queremos hacer con nuestra atención.
En definitiva, la nueva alienación es sutil, atractiva y casi invisible, porque se disfraza de libertad. Pero si aprendemos a reconocerla, también podemos darle la vuelta: usar la tecnología como herramienta, no como cadena. El reto es reapropiarnos de nuestro tiempo y de nuestra vida antes de que otros lo hagan por nosotros.
El western no ha muerto
Para aquellos que creen que el género de cine “western” ha muerto, no es así, y voy a intentar haceros ver que muchas de las películas y series que podemos disfrutar en la actualidad, beben de las fuentes del western. Es muy posible que os sorprendáis.
El western no ha muerto
Durante mucho tiempo se ha repetido la idea de que el western, ese género que marcó la identidad del cine estadounidense durante décadas, había muerto. Las grandes producciones que en su día protagonizaron John Wayne, Gary Cooper o Clint Eastwood parecían haber quedado como reliquias de un pasado romántico y polvoriento. Sin embargo, afirmar que el western está enterrado es no haber mirado con atención lo que ha sucedido en el cine y la televisión de los últimos años. El western no solo sigue vivo: se ha transformado y adaptado, encontrando nuevas formas de narrar y nuevos espacios para seducir a públicos contemporáneos.
El western clásico nos hablaba de frontera, de héroes solitarios, de la lucha entre civilización y barbarie, de justicia frente a violencia. Era un género profundamente simbólico, que servía para construir la identidad de Estados Unidos en el imaginario colectivo. Pero, como todo mito, evolucionó. En los años 60 y 70, directores como Sergio Leone en Italia dieron forma al “spaghetti western”, más violento, irónico y estilizado. Clint Eastwood, heredero de esa tradición, lo llevó después a un tono crepuscular en obras como Sin perdón (1992), que parecía, en su momento, la despedida definitiva del género.
Sin embargo, el western ha demostrado una sorprendente capacidad de reinvención. Hoy no lo encontramos únicamente en películas con sombreros, caballos y duelos al atardecer, sino en múltiples relatos que rescatan sus códigos esenciales. Series como Deadwood, Godless o la aclamada Yellowstone muestran que la fascinación por los territorios salvajes, la justicia ruda y los conflictos humanos en escenarios hostiles sigue intacta. Incluso en la ciencia ficción encontramos ecos del western: The Mandalorian de Star Wars bebe directamente de la estética del pistolero solitario y del duelo en pueblos polvorientos, aunque los escenarios sean planetas lejanos.
El atractivo del western radica en que toca fibras universales: la soledad del héroe frente a la adversidad, la lucha por la justicia en un mundo sin reglas claras, la tensión entre comunidad y libertad individual. Estos temas no caducan. Cambian de forma, se trasladan de época o se revisten de otros géneros, pero siguen despertando en el espectador una nostalgia por lo esencial: la idea de que el ser humano se mide contra un entorno hostil y contra sus propios demonios.
Además, en los últimos años ha surgido un western más crítico, que cuestiona los relatos tradicionales. Películas como Los hermanos Sisters o First Cow ofrecen una mirada distinta, menos glorificada y más humana, que da voz a personajes marginados o explora las contradicciones del mito fundacional estadounidense. El western ya no necesita héroes perfectos: le basta con mostrar seres complejos en territorios desbordantes.
Decir que el western ha muerto es tan ingenuo como afirmar que los mitos desaparecen. Lo que ocurre es que cambian de rostro, se camuflan en nuevos escenarios y lenguajes. El género que nació cabalgando en las praderas ahora viaja en naves espaciales, transita por ranchos modernos o aparece disfrazado de thriller. Y seguirá ahí, porque mientras exista la tensión entre orden y caos, entre soledad y comunidad, habrá historias que respiren con el espíritu del western.
En definitiva, el western no ha muerto. Solo ha cambiado de piel, como todo mito que se niega a desaparecer.
Sobre tu Cadáver – Capítulo 10 – Audiolibro en Español – Voz real
Si te ha gustado el episodio MARÍA MAGDALENA | 07×06 no te cortes y compártelo en tus redes sociales. ¡Muchas gracias por compartirlo!
Pasa una buena semana y hasta el próximo programa de No Soy Original | luisbermejo.com.
No olvides que puedes darme 5* en iTunes o darle a «me gusta» en Spreaker para animarme a continuar y ayudar a difundir este podcast. Te lo agradeceré infinito.
¿Te interesa algún tema en especial? Puedes proponerlo en mis redes sociales. También puedes proponerme participar en la locución, aportar tus relatos si lo deseas o debatir algún tema o suceso que te ha ocurrido y que quieras contar.
- Escucho historias de misterio o emotivas GRATIS
- ¿Me invitas a un café? ¡Gracias!
- Subscríbete a No Soy Original
- Suscríbete con Podcast si usas Apple y dame 5* de valoración
- Compra en Amazon a mejor precio
- Facebook: https://www.facebook.com/lbermejojimenez
- X: https://x.com/luisbermejo
- Instagram: https://www.instagram.com/luisbermejo
- Canal Telegram: https://t.me/nosoyoriginal
- WhatsApp: +34 613031122
- Paypal: https://paypal.me/Bermejo
- Bizum: +34613031122
- Canal WhatsApp: https://whatsapp.com/channel/0029Va89ttE6buMPHIIure1H
- Grupo Whatsapp: https://chat.whatsapp.com/BNHYlv0p0XX7K4YOrOLei0





































Deja una respuesta