Monarquías ficticias o monarquías reales, con cuál te quedas. En la actualidad aún hay algunos países con diferentes modos de monarquías, tales como España o Inglaterra. Pero hay otra serie de monarquías que se reflejan en películas y series o en la literatura. No cabe duda que la fuente para la ficción suele estar en la realidad, pero, en el caso del misterio de las películas, series y literatura… ¿Con qué tipo de monarquía te quedas? Eso si, que nadie se engañe, hay repúblicas más tiranas que muchas monarquías.
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MONARQUÍAS FICTICIAS | 07×05
Las monarquías han sido, desde tiempos remotos, una de las estructuras políticas más fascinantes y persistentes de la historia humana. Esa mezcla de poder absoluto, simbolismo ritual y drama familiar las convierte en un recurso narrativo recurrente en la literatura, el cine, la televisión y los videojuegos. En el mundo de la ficción, las monarquías no solo son decorado, sino que suelen convertirse en ejes temáticos que exploran el poder, la legitimidad, la traición y, en última instancia, la naturaleza misma de la humanidad.
En primer lugar, es interesante notar cómo la ficción utiliza las monarquías para crear mundos verosímiles o fantásticos. En obras medievalistas, como El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien, el retorno del rey es un acontecimiento central que simboliza el restablecimiento del orden y la justicia. Aragorn no solo representa un heredero legítimo, sino que encarna un ideal casi mítico de la realeza: sabio, justo y valeroso. En este tipo de relatos, la monarquía se presenta como una institución sagrada, destinada a guiar al pueblo hacia un destino superior.
Sin embargo, no toda ficción idealiza a los monarcas. Series como Juego de Tronos ofrecen una visión más cruda y realista de lo que significa el poder absoluto. En este universo, el trono es un símbolo de ambición y corrupción. La lucha entre casas reales muestra que las coronas no solo son instrumentos de autoridad, sino también de intriga, traición y violencia. Aquí, la monarquía no es una fuente de estabilidad, sino un campo de batalla perpetuo, donde la sangre y el acero pesan más que la legitimidad.
La ficción también ha utilizado las monarquías para reflexionar sobre la modernidad. En universos futuristas, como Dune de Frank Herbert, el poder imperial adquiere tintes galácticos. La casa Atreides o la casa Harkonnen nos recuerdan que, incluso en escenarios interplanetarios, la lógica monárquica —herencia, linaje, alianzas matrimoniales— sigue siendo un elemento narrativo potente. Esta proyección al futuro subraya que la fascinación por el poder hereditario no desaparece, sino que se adapta a nuevas dimensiones.
Además, las monarquías ficticias permiten explorar dilemas personales más que políticos. Muchos relatos se centran en jóvenes príncipes o princesas que deben decidir si aceptan su destino o lo rechazan. Desde los cuentos clásicos de hadas hasta sagas contemporáneas de animación, como Frozen, la figura monárquica encarna la tensión entre deber y libertad individual. El trono no es solo un asiento de poder, sino una carga que pone en jaque la identidad personal.
También conviene destacar el papel simbólico de las monarquías en la ficción. La corona, el cetro, el trono o el castillo son elementos cargados de metáforas. Representan el orden, la continuidad, pero también la fragilidad del poder humano. Un reino ficticio puede ser el reflejo de los anhelos o temores de una sociedad real: desde la utopía del monarca sabio hasta la distopía del tirano absoluto.
En definitiva, las monarquías en la ficción funcionan como espejos deformados de nuestra historia y nuestras aspiraciones. Nos permiten viajar a mundos lejanos, medievales, galácticos o mágicos, y al mismo tiempo cuestionar cómo se ejerce el poder y qué significa ser gobernado. A través de coronas reales o imaginarias, la narrativa nos recuerda que todo poder es, en el fondo, una construcción humana, siempre sometida a la ambición, la esperanza y el conflicto.
Temas extraídos del programa de esta semana:
Origen de la baraja
El origen de la baraja, de cartas, entre la magia y la diversión, es remoto. No siempre se configuró de la forma que tienen las barajas habituales de nuestro tiempo. El hombre desde que se recuerde, siempre ha jugado y para ello muchas veces se ha valido de elementos que fabrica: Huesos, dados, cartas, tablero, etc. Vamos por ello a escarbar un poco en el Origen de la baraja.
El origen de la baraja es un tema que combina historia, cultura y misterio, ya que sus raíces se remontan a civilizaciones antiguas y su evolución refleja tanto los cambios sociales como las transformaciones en el ocio humano. A primera vista, podría pensarse que la baraja nació como un simple juego de azar, pero en realidad sus orígenes están profundamente ligados a la simbología, la adivinación y la representación del poder.
Las primeras referencias a algo parecido a cartas datan de la China del siglo IX, durante la dinastía Tang. Allí, el papel —recién inventado unos siglos antes— se convirtió en soporte para juegos que combinaban números, símbolos y apuestas. Se trataba de rudimentarias cartas de papel, utilizadas tanto como entretenimiento como medio para transmitir enseñanzas militares o estratégicas. Posteriormente, el uso de cartas se extendió a la India y al mundo islámico, donde adquirieron una estructura más cercana a lo que hoy conocemos.
En el Egipto mameluco del siglo XIV ya existían mazos que presentaban cuatro palos diferenciados: copas, monedas, espadas y bastones. Estos símbolos pasaron a Europa a través de los contactos comerciales y bélicos entre Oriente y Occidente. Las cartas mamelucas eran lujosamente decoradas, hechas a mano, y reflejaban la alta consideración que se les otorgaba, no solo como objetos de juego sino como elementos de prestigio social.
La llegada de las cartas a Europa, probablemente por la península ibérica e Italia, transformó radicalmente el concepto. Hacia finales del siglo XIV, las barajas comenzaron a producirse en masa gracias a la imprenta, lo que las convirtió en un entretenimiento popular. Cada región adaptó los símbolos a su cultura: en España se mantuvieron los palos de oros, copas, espadas y bastos; en Italia hubo variantes similares; mientras que en Francia y Alemania los palos evolucionaron hacia corazones, tréboles, picas y diamantes, formas más simples de reproducir que facilitaban la producción masiva.
La baraja pronto adquirió un doble uso. Por un lado, era un elemento recreativo, ligado al azar, los juegos de estrategia y las apuestas. Por otro, se le atribuyó un carácter esotérico. El tarot, por ejemplo, apareció en el siglo XV en el norte de Italia como un mazo especial que incluía arcanos mayores y menores. Con el tiempo, el tarot dejó de usarse como simple entretenimiento para convertirse en herramienta de adivinación, asociada a corrientes místicas y ocultistas.
En el ámbito lúdico, la baraja fue adaptándose a distintos juegos según las costumbres sociales. Desde los naipes cortesanos del Renacimiento hasta los casinos modernos, ha servido como punto de encuentro entre azar, estrategia y habilidad. Su versatilidad explica por qué, siglos después, sigue siendo un objeto universal, presente en todas las culturas y asociado tanto al ocio doméstico como al mundo del juego profesional.
En definitiva, el origen de la baraja es un viaje cultural que une a China, el Islam medieval, Egipto y Europa. No se trata solo de un juego: es un testimonio de cómo los símbolos viajan y se transforman, y de cómo una simple hoja de papel puede encerrar siglos de historia, magia y diversión.
Entre la suerte y la estrategia
Podríamos definir la vida como un camino entre la suerte y la estrategia, tal como es el desarrollo de cualquier campeonato, de ajedrez, de automovilismo o de póker. Así que vamos a comparar las habilidades que debe tener un buen jugador de póker para extrapolarlas a un modo de vida. Eso si, hay que alejar la imagen de las típicas “timbas” rodeadas de humo y alcohol.
La historia humana es, en gran medida, una combinación de azar y cálculo. La suerte y la estrategia han acompañado a los gobernantes, a los ejércitos y a los visionarios en sus intentos por alcanzar y conservar el poder. Pero más allá de la política y la guerra, estas dos fuerzas pueden extrapolarse a la vida cotidiana como formas de interpretar el camino que seguimos y las decisiones que tomamos.
La suerte suele entenderse como aquello que escapa a nuestro control. El nacimiento en una familia concreta, el lugar y el tiempo en el que venimos al mundo, incluso los encuentros fortuitos que marcan nuestro destino, son factores donde la voluntad poco puede hacer. En la esfera del poder, muchos líderes alcanzaron posiciones privilegiadas gracias a circunstancias que no planearon: un accidente histórico, la muerte de un heredero, un hallazgo inesperado. En la vida personal ocurre lo mismo: oportunidades que se presentan sin buscarlas, coincidencias que abren puertas o giros inesperados que nos colocan en otro rumbo. Negar la existencia de la suerte es tanto como negar la complejidad del mundo.
Sin embargo, la suerte por sí sola no garantiza estabilidad. El poder que se obtiene por azar puede desvanecerse con la misma rapidez si no se acompaña de estrategia. La estrategia es el arte de anticipar, planear y administrar los recursos disponibles para maximizar las posibilidades de éxito. Maquiavelo ya advertía que la fortuna es como un río desbordado: puede arrasarlo todo, pero quien construye diques y canales puede aprovechar su fuerza en beneficio propio. En otras palabras, la suerte se presenta, pero la estrategia determina si se convierte en triunfo o en fracaso.
Trasladar esta visión al terreno de la vida implica reconocer que todos nos movemos entre azar y cálculo. Una llamada telefónica puede cambiar nuestra carrera profesional, pero la preparación previa y la capacidad de respuesta determinarán si aprovechamos la oportunidad. Una relación personal puede surgir de una coincidencia, pero solo la estrategia emocional —la inteligencia para gestionar vínculos— hará que esa relación perdure.
Vivir con esta conciencia supone aceptar que no controlamos todo, pero sí podemos influir en el resultado. La suerte es el terreno, la estrategia es el mapa. Hay quienes confían únicamente en el azar y se resignan a la corriente, y quienes se obsesionan con el cálculo ignorando que lo imprevisto siempre aparece. El equilibrio está en combinar ambos: estar abiertos a la fortuna pero preparados para responder con inteligencia.
En última instancia, la vida como forma de poder —no sobre otros, sino sobre nosotros mismos— consiste en esa danza entre la fortuna y la estrategia. Aprender a leer los signos del azar, convertir lo inesperado en posibilidad y diseñar planes que se adapten al cambio son las claves de quienes no solo sobreviven, sino que prosperan. Porque la suerte puede abrir la puerta, pero solo la estrategia permite cruzarla con firmeza y mantenernos dentro.
Route 66
La Route 66 ó ruta 66 es una mítica carretera americana que ha sido imagen de algunas películas muy famosas y de una peregrinación de personas, tanto de USA como extranjeras, para conocerla. Hoy en día ya no está en el sistema de carreteras federales del país, pero aún así, no ha caído del todo en el olvido sino que incluso ha renacido en muchos de sus trayectos. Veamos los misterios que encierra la ruta.
La Ruta 66: El Camino de la Historia y los Sueños
La Ruta 66 de Estados Unidos, conocida popularmente como The Mother Road o La Calle Principal de América, no es solo una carretera: es un símbolo cultural, un mito viajero y un reflejo de la evolución del país a lo largo del siglo XX. Su recorrido, que unía Chicago con Los Ángeles atravesando más de 3.900 kilómetros, fue inaugurado en 1926 y pronto se convirtió en la arteria que impulsó el desarrollo económico, social y cultural de un país que se movía hacia el oeste en busca de oportunidades.
En sus primeros años, la Ruta 66 representaba progreso y modernidad. Era la vía que conectaba el corazón industrial del Medio Oeste con las promesas del Pacífico. Agricultores arruinados durante la Gran Depresión y las tormentas de polvo del Dust Bowl en los años treinta la utilizaron para emigrar a California en busca de trabajo, una realidad inmortalizada en la novela Las uvas de la ira de John Steinbeck. Allí, la carretera se convirtió en un camino de esperanza y supervivencia.
Durante las décadas posteriores, especialmente en los años cincuenta y sesenta, la Ruta 66 vivió su época dorada. Con el auge del automóvil y la cultura de los viajes por carretera, se llenó de moteles de neón, gasolineras con diseños futuristas y restaurantes de comida rápida que ofrecían hamburguesas, batidos y promesas de aventuras. Este estilo de vida fue inmortalizado en la música, el cine y la televisión, consolidando la Ruta 66 como un icono pop que iba más allá de lo meramente funcional. Era una experiencia cultural y un escenario en constante movimiento.
Sin embargo, la modernidad también trajo consigo la decadencia. En 1956, con la creación del sistema de autopistas interestatales, más seguras y rápidas, la Ruta 66 comenzó a perder relevancia. A lo largo de los años setenta y ochenta, muchos de sus tramos fueron abandonados y las ciudades que dependían de su tránsito se convirtieron en pueblos fantasma. Finalmente, en 1985, la Ruta 66 fue oficialmente retirada del sistema de carreteras federales, cerrando un capítulo histórico.
Pero el mito nunca murió. Desde entonces, asociaciones, viajeros y comunidades locales han trabajado por mantener viva su memoria. Hoy, recorrer la Ruta 66 es un viaje nostálgico al pasado, un museo al aire libre donde aún se pueden encontrar letreros de neón originales, autos clásicos y moteles que parecen detenidos en el tiempo. El turismo cultural ha devuelto vida a muchos pueblos olvidados, convirtiendo la carretera en un puente entre generaciones que buscan revivir la esencia de la aventura americana.
Más allá del asfalto, la Ruta 66 es un relato de migraciones, sueños y transformaciones sociales. No importa si se recorre en coche, moto o incluso bicicleta: el verdadero atractivo está en sus historias, en los personajes que habitan sus paradas y en la sensación de estar siguiendo un camino que representa libertad. En definitiva, la Ruta 66 no es solo un trayecto geográfico, es un símbolo del espíritu estadounidense y, al mismo tiempo, un viaje universal hacia la nostalgia y la búsqueda de horizontes.
Sobre tu Cadáver – Capítulo 9 – Audiolibro en Español – Voz real
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