Estamos viendo cómo desde las diferentes ideologías de izquierdas nos hablan entre otras cosas de feminismo y personas en definitiva tóxicas. Nos polarizan y nos dividen para opinar desde el relato sin tener delante los datos o maquillando los mismos. Pero la primera toxicidad viene precisamente de los políticos, que, desde siempre han prometido hacer en campaña y cuando han llegado no han hecho nada. Con este panorama se presentó en el pasado una fuerza que ahora compartiendo gobierno se ve que prefiere cobrar antes que romper por no cumplirse los pactos. ¿Ocurrirá lo mismo con cualquier otra fuerza política que llegue? La política es tóxica y las ideologías, sobre todo las extremas, acaban siéndolo también.
Definición formal
El término «política tóxica» se utiliza para describir una forma de hacer política que se caracteriza por el uso de tácticas agresivas, divisivas y deshonestas para alcanzar objetivos políticos. Esta forma de hacer política puede incluir el uso de la desinformación, la propaganda y la manipulación emocional para influir en la opinión pública, así como el uso de la intimidación, el acoso y la violencia para silenciar a los oponentes políticos.
La política tóxica puede tener efectos negativos en la sociedad y en la democracia. Puede erosionar la confianza de la ciudadanía en las instituciones políticas y en el proceso democrático, y puede fomentar la polarización y el extremismo político. También puede dificultar la capacidad de los gobiernos para tomar decisiones efectivas y para abordar los problemas más importantes que enfrenta la sociedad.
Para contrarrestar la política tóxica, es importante fomentar un debate político más civilizado y respetuoso, y promover la transparencia y la rendición de cuentas en la política. También es importante que los medios de comunicación y la ciudadanía en general estén alerta ante las tácticas deshonestas y divisivas utilizadas por los políticos y que exijan un discurso político más constructivo y orientado a soluciones.
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