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Ilustración: Amerigo Vespucci en Málaga. Óleo sobre lienzo 65 x 54 cm. Obra de Esteban Arriaga. |
A lo largo de nuestra historia siempre hemos tenido un objetivo, tanto filosófico como artístico:
La Belleza.
Como idea es abstracta y su imagen depende tanto de nuestra cultura como de nuestra educación, pero aunque adquiera formas diferentes, el concepto no cambia. Puede provenir de la forma, como dijo Sto. Tomás de Aquino, algo que agrada a la vista, pero también puede provenir de cualquier otra percepción sensorial, e incluso ir más allá.
Para el filósofo griego Platón, la belleza, que es parte de la estética, era una idea que existía independientemente del objeto. Explicó a través de sus palabras que lo que vemos es sólo una manifestación de la verdadera belleza, la cual reside en el alma. Es un valor universal, eterno e inmutable, junto con la bondad y la verdad.
La belleza está generalmente asociada con el bien, y su opuesto, la fealdad, con el mal. Es una idea falsa que tenemos en nuestro subconsciente y nosotros mismos la aplicamos en nuestro «imaginario». Los monstruos que habitan bajo nuestra cama o en el armario, son lo mas horrendo que podemos imaginar (salvo los simpáticos de Monstruos, S.A., famosa película de animación de Pixar). En realidad no son tan feos, son diferentes. Y tenemos miedo a lo que es diferente. Por eso el monstruo de Frankenstein es tan desdichado, es el paradigma de la discriminación por una diversidad estética y de la propia percepción de los demás de su fealdad externa y de sus prejuicios; al final él mismo acaba convirtiéndose en un ser vengativo, horrible por dentro, pero ¿no carece acaso la discriminación de toda belleza?. En La Bella y la Bestia el príncipe era feo por dentro y eso le convirtió en feo por fuera, y sólo la redención pudo cambiar su fatal destino.
Pero la belleza existe también fuera de nosotros. Stendhal describe el síndrome que causa un elevado ritmo cardiaco, vértigo, confusión y otros síntomas a individuos expuestos a obras de arte. La acumulación de belleza y la exuberancia pueden provocar sentimientos como éstos y eso, a su vez, es hermoso.
La belleza para Aristóteles es armonía y proporciones, luz y ritmo, y es que no sólo existe como elemento estático, el movimiento también puede serlo, como lo es el sonido. Pero no nos cerremos en la superficialidad, como dijo el filósofo griego Plotino: «No hay belleza más auténtica que la sabiduría que encontramos en ciertas personas«.
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